UN SOLO ABRAZÓ BASTO PARA PONERLE FIN A LA ANGUSTIA DE UNA MADRE
NOTICIAS LEON / INTERNACIONALES
María Teodora Ñaméndiz no dejó de llevar colgado al cuello el retrato de su hijo Dionisio Francisco Cordero Ñaméndiz como lo hizo en las dos últimas semanas por los estados mexicanos cuando empezó su búsqueda junto con otras madres nicaragüenses. Y tal como lo había anunciado a sus compañeras de búsqueda, “doña Teo” lloró al abrazarse con su vástago después de 30 años de no verse.
“Lo que he pasado para venir aquí a México. Dije yo que algún día te iba a venir a buscar a vos. Doy gracias a este muchacho Rubén (Figueroa) que tuvo el interés de venir a buscarte para verte donde estabas”, fue lo primero que la madre le dijo a su hijo entre sollozos.
“Yo sé que ni me vas a comprender, pero son cosas que no son posibles para mí”, le contestó Cordero a Ñaméndiz, quien le recriminó: “Sí, pero aunque sea un papelito me hubieras mandado”.
Cordero le manifestó a su madre que él llegó a suponer que no vivía donde él la había dejado porque sus cartas le regresaban.
Mientras la delegación nicaragüense ingresaba al albergue Guadalupano en Tierra Blanca, Veracruz, ya rodaban las lágrimas por las mejillas de “doña Teo”, como le dicen sus compañeras en la búsqueda. Ella se notaba nerviosa, sus pequeños ojos hurgaban entre los presentes para saber cuál era su hijo.
De pronto un hombre de mediana estatura apareció frente a la madre nicaragüense que de inmediato lo reconoció y se fundieron en un abrazo. Doña Teo entre sollozos le recriminó su ausencia.
“Yo nunca te he rechazado”, le expresó Ñaméndiz a su hijo cuando este le explicó que había escrito cartas, pero no tenían respuestas y hasta llegó a pensar que ella había fallecido y dejó de escribir. Cordero manifestó que aún conserva una carta que recibió en 1994 donde su madre le decía que estaba muy enferma, por eso él la creía muerta.
“Las circunstancias me trajeron hasta aquí, no fue mi voluntad abandonar a mi familia, mucho menos a mi madre”, comentó Cordero tras revelar que salió del país en los años ochenta cuando Nicaragua se debatía en una guerra civil, para entonces él tenía 19 años.
Entre los pedidos que le hizo Ñaméndiz al momento de ver a su hijo fue que le regale una fotografía para que sus otros siete hermanos que están en Nicaragua lo puedan conocer de esa manera y hasta le comentó que en esta búsqueda en la caravana de madres centroamericanas se cayó tres veces. Ñaméndiz al igual que el resto de madres y familiares de migrantes desaparecidos pudieron viajar de Nicaragua a México para realizar la búsqueda gracias al apoyo recibido por el Servicio Jesuita para Migrantes y MS-ActionAid Dinamarca que les facilitaron los recursos para la movilización.
Cordero supo que en realidad su madre lo buscaba porque ni siquiera sus tres hijos procreados en México conocían de su primer nombre Dionisio, pues al regularizar su situación en México únicamente asumió la identidad de Francisco. Sin embargo, en un inicio dudó, según dijo, porque en una ocasión ya enfrentaron un intento de extorsión con uno de sus hijos. Cordero explicó que en sus planes estaba reunir dinero para viajar a Nicaragua y buscar a su familia, pues actualmente el salario que percibe por su trabajo en la construcción únicamente le permite costear los estudios universitarios de uno de sus hijos.
Mientras el bus de la caravana centroamericana se desplazaba desde Ciudad de México a Tierra Blanca, doña Teo fue preparada para el reencuentro, fue peinada por una de las integrantes de la delegación de Guatemala, y todos estuvieron pendientes porque los nervios no la traicionaran.
“¿Qué vas a hacer cuando lo veás?”, le había preguntado una de las madres chinandeganas al salir de Ciudad de México hacia Tierra Blanca. Con su forma peculiar doña Teo respondió: “Llorar”.
Todavía hoy su asiento en la caravana está vacío. Más adelante se unirá nuevamente al grupo, pues quiso permanecer aunque sea una noche con la familia de su vástago.
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