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EN DOS AÑOS EL PAÍS IMPORTÓ MÁS DE 700 KILOGRAMOS DE MERCURIO.

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Sépalo, en su casa, en ese universo doméstico donde se suele sentir a salvo de muchas cosas, hay mercurio, ese metal pesado, líquido y tóxico de vieja data. No se escandalice. No se asuste, solo tómelo en cuenta: las pequeñas dosis de mercurio están dispersas en muchos artículos eléctricos imprescindibles en la cotidianidad doméstica.

En la amplia lista hay lámparas fluorescentes de las que se pegan al techo para alumbrar salas y cuartos, pero también planchas, aires acondicionados, microondas, lavadoras (en los interruptores), jabones, cremas aclaradoras de piel. Pero también se aloja en los dientes en las amalgamas que tapan las caries.

La literatura sobre el mercurio explica que el cincuenta por ciento de los artículos electrónicos contienen entre cinco y diez miligramos de mercurio.

Algunos artículos como el termómetro, ese minúsculo tubo de vidrio que coloca debajo de la axila de su hijo para saber de cuántos grados es la calentura y que es de uso abundante en los hospitales, tiene por lo menos un gramo de mercurio, explica Emilio Peña, químico investigador del Centro de Investigación de Recursos Acuáticos (CIRA), quien ha estudiado el uso doméstico del mercurio en este país.

Si un termómetro se rompe, algo muy frecuente en el ámbito doméstico y en los hospitales, ese gramo de mercurio se “libera” en el aire y se respira. Peña cita una escena doméstica recurrente: se funde una lámpara en la casa y el tubo mucha veces es jugueteado por niños hasta que lo rompen y sale un polvillo gris: mercurio.

El experto aclara que respirarlo no va a traer secuelas inmediatas, pero las inhalaciones constantes de mercurio provocan a mediano plazo problemas en la salud.

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